EL ESPACIO CONFINADO: MUJERES EN EL BALCÓN.

Afirmó Sigmund Freud que unas veces soñamos resbalar a lo largo de las fachadas de las casas, que las de muros lisos representan hombres; que las que contienen salientes y balcones simbolizan mujeres a las que poder agarrarse. Dejando a un lado los sueños, lo cierto es que los balcones y sus balaustradas son espacios donde lo femenino se ha visto durante siglos sometido por razón de género.

Desde el Renacimiento comenzó a pintarse el tema de las mujeres en el balcón o asomadas a una ventana, una composición que se ha repetido a lo largo del tiempo y de la historia del arte, variando según artistas pero manteniéndose en su forma. Otra excusa para representar a las mujeres, otra forma de estereotiparlas y cosificarlas. Mujeres en el balcón pósterBalcones y ventanas han permitido a los espectadores acceder a las vidas privadas de las mujeres que, oprimidas tras balaustradas, barandillas, rejas o puertecillas quedaban imposibilitadas para acceder al espacio público.

Entre 1808 y 1812 Francisco de Goya pintó Maja y Celestina en el balcón, obra que pertenece a una colección particular. En la obra aparecen dos mujeres, una anciana, perversa, alcahueta; otra joven, lozana, prostituta. Dos edades, dos mundos, dos estereotipos de mujeres. La anciana en la penumbra, encorvada, cuchicheando; la joven exhibiendo su escote y busto prominente apoyada sobre sus brazos cruzados y sonriendo provocando a quien la mira.

El tema también inspiró a Eugenio Lucas Velázquez que,  en 1862, pinto las Majas en la ventana y que se expone en el Museo del Prado. También, y tras una barandilla de hierro dos mujeres se exhiben. Una toca una guitarra, la otra canta y al fondo, otras tantas murmuran. Cuerpos rollizos, seductores  y jóvenes de busconas atrapadas en un balcón.

El francés Eduard Manet en 1869 pintó El balcón que hoy se encuentra en el Museo d´Orsay en Paris y, siguiendo el mismo esquema iconográfico representó  tras la baranda a  Berthe Morisot sentada y a Fanny Claus de pie, dos mujeres intelectuales cercadas también.

Fanny era una de las artistas favoritas de Manet. Tenía 23 años cuando la representó y ya era una violinista de Concierto miembro del primer cuarteto de cuerdas de mujeres y se casó ese mismo año con el también pintor impresionista y amigo del autor de la obra, Pierre Prins. A consecuencia de una tuberculosis falleció siete años después, con tan solo 30 años.

Berthe tenía 28 años cuando fue retratada, era una de las pocas mujeres pintoras de la época y, pese a que actualmente se está revalorizando su obra en aquellos momentos era considerada una artista de segunda categoría, simple y llanamente por ser mujer. Un año antes, en una carta a Henri Fantin-Latour , Manet escribía:

 

« Las señoritas Morisot son encantadoras, es una pena que no sean hombres, sin embargo como mujeres podrían defender la causa de la pintura casándose cada una con un académico y sembrando así la discordia en el campo de esos anticuados, aunque sería pedirles un sacrificio demasiado grande.»

 

Ni Fanny ni Berthe están representadas como las artistas que fueron, no hay atisbo de sus habilidades. El violín que pudiera lucir una o los pinceles la otra están substituidos por un paraguas y un abanico, seguramente por ser más apropiados para mujeres, Sin embargo, aunque con menos talento y reconocimiento, de pié y empoderado, custodia a las artistas en el balcón Antoine Guillemet un pintor impresionista hoy olvidado.

Inspirándose en la obra del pintor francés,  el representante del realismo mágico René Magritte pintó en 1950 Perspectiva II: El balcón de Manet, obra que se expone en el Museo de Bellas Artes de Gante, en Bruselas. Magritte copió la barandilla de Manet, a las flores muertas del cuadro del impresionista les dio vida con unas hortensias y a los personajes los metamorfoseó en ataúdes posiblemente aludiendo a la muerte intrínseca de los personajes, a la muerte en vida que padece quien languidece tras un balcón, a la contemplación insípida del mundo que no se puede sentir.

Aunque tengan ventanales enormes, o sean amplios y espaciosos, los balcones permiten ver posibilidades, aunque ni sentirlas ni tocarlas. Puedes precipitarte o caer desde uno, pero nunca acariciar  la vida. Los balcones y ventanas han sido durante siglos los lugares de la casa donde las mujeres han observado atrincheradas sus esperanzas, donde se tornaba cotidiana la pasividad, donde el aire y la luz penetraba en el alma inmovilizando los cuerpos, donde los sonidos y aromas de la calle obligaban a guarecerse, donde las vidas se encerraban en la privacidad impuesta.

La vida pública empezaba en los balcones y la privada terminaba en ellos. Allí las figuras femeninas, que los decoraban cual macetas, hablaban de novios, de casamientos, de amores y desamores. Allí reían, zurcían, apostaban y apañaban. Allí pasaban los días mientras la vida se les iba.

Las rameras se lucían, las solteras esperaban pretendientes y cartas, las casadas cosían, las viejas cuchicheaban, las niñas imitaban y todas tenían en común estar encerradas, constreñidas, limitadas.

El espacio limitado del balcón  convirtió a las mujeres en chismosas, cotillas y alcahuetas, a sus conversaciones, intercambio de opiniones y experiencias en rumores y baratijas, a sus especulaciones o pronósticos en malos presagios, a sus reuniones en marujeos.

Esa zona confinada unida a la inseguridad  social propició un espacio cultural desprestigiado por el patriarcado y cuyas pautas, normas y reglas establecidas se asumieron a roles despreciados creando leyendas malsanas como la de la celestina, la vieja y el visillo o la Sallana que no son sino ejemplos perversos construidos para debilitarnos a las mujeres.

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